La mujer de mi amo era muy hermosa, por todo extremo y me hacía mucho bien, y un dia estallamos sentados al sol ella y
otras sus amigas y parientas; preguntábanme de las cosas de España y de otras partes, y al fin me vinieron á decir que
les mirase las manos y les dijese su ventura; yo, dando gracias á Dios, pues ya no me faltaba más que ser gitano entre
los salvajes, comencé á mirar la mano de cada una y á decirles cien mil disparates, con lo cual tomaban tan grande placer,
que no habia otro mejor español que yo, ni que más valiese con ellos, y de noche y de día me perseguían hombres y mujeres
para que les dijese la buenaventura; de suerte que yo me veia en grande aprieto, tanto que me fué forzado pedir licencia
á mi amo para irme de su castillo. No me la quiso dar, mandó que nadie me enojase ni diese pesadumbre.
Las ruinas del castillo Rossclogher en el lago Lough Melvin
Su propiedad destos salvajes es vivir como brutos en las montañas, que las hay muy ásperas en aquella parte de Irlanda
donde nos perdimos. Viven en chozas hechas de pajas; son todos hombres corpulentos y de lindas facciones y miembros;
sueltos como corzos; no comen más de una vez al día, y ésa ha de ser de noche, y lo que ordinariamente comen es manteca
con pan de avena; beben leche aceda por no tener otra bebida; no beben agua, siendo la mejor del mundo. Las fiestas
comen alguna carne medio cocida, sin pan ni sal, que es su usanza ésta. Vístense como ellos son, con calzas justas y
sayos cortos de pelotes muy gruesos; cúbrense con mantas y traen el cabello hasta los ojos. Son grandes caminadores y
sufridores de trabajos; tienen continuamente guerra con los ingleses que allí hay de guarnición por la Reina, de los
cuales se defienden y no los dejan entrar en sus tierras, que todas son anegadas y empantanadas; se van toda aquella
parte más de cuarenta leguas de largo y ancho; su mayor inclinación destos es ser ladrones y robarse los unos á los
otros, de suerte que no pasa día sin que se toque al arma entre ellos, porque sabiendo los de aquel casar que en éste
hay ganados ó otra cosa, luego vienen de mano armada de noche y anda Santiago y se matan los unos a los otros, y sabiendo
los ingleses de los presidios quién ha recogido y robado más ganados, luego vienen sobre ellos á quitárselos y no tienen
otro remedio sino retirarse á las montañas con sus mujeres y ganados, que no tienen otra hacienda ni más menaje ni ropa.
Duermen en el suelo sobre juncos acabados de cortar y llenos de agua y hielo. Las más de las mujeres son muy hermosas,
pero mal compuestas; no visten más de la camisa y una manta con que se cubren y un paño de lienzo muy doblado sobre la
cabeza, atado por la frente. Son grandes trabajadoras y caseras á su modo; nómbranse cristianos esta gente; dícese misa
entre ellos; rígense por la orden de la Iglesia romana; casi todas las más de sus iglesias, monasterios y ermitas están
derribadas por manos de los ingleses que hay de guarnición y de los de la tierra que á que á ellos se han juntado, que
son tan malos como ellos, y en resolución, en este reino no hay justicia ni razón, y así hace cada uno lo que quiere.
A nosotros nos querían bien estos salvajes, porque supieron que veníamos contra los herejes y que éramos tan grandes
enemigos suyos, y si no fuera por ellos, que nos guardaban como sus mismas personas, ninguno quedara de nosotros vivo;
teníámoslos buena voluntad por esto, aunque ellos fueron los primeros que nos robaron y desnudaron en carnes á los que
vinimos vivos á tierra, de los cuales y de las trece naos de nuestra Armada, donde tanta gente principal venía, que
toda se ahogó, hubieron estos salvajes mucha riqueza de joyas y dineros.
Llegó la palabra desto al gran gobernador de la Reina que estaba en la villa de Dublin, y caminó luego con mil y
setecientos soldados en busca de las naos perdidas y de la gente que habia escapado, que serian pocos menos de mil
hombres que sin armas y desnudos andaban en tierra por las partes donde cada nao se habia perdido, y á los más dellos
cogió este gobernador y luego los ahorcaron, y hacía otras justicias, y á los que sabía que nos amparaban, ponía en
prisión y los hacía todo el mal que podía, de suerte que prendió tres ó cuatro señores salvajes que tenían castillos y
en ellos habían recogido algunos españoles, á los cuales unos y otros tomó en prisión y caminó con ellos por todas las
marinas hasta llegar á la parte donde yo me perdí, y de allí caminó la vuelta del castillo de MacClancy, que así se
llamaba el salvaje con quien yo estaba, el cual fué siempre gran enemigo de la Reina, y nunca amó cosa suya ni la quiso
obedecer, por lo que deseaba mucho tomarle en prisión, y visto este salvaje el grande poder que contra él venía, y que
no tenía resistencia, determinó huir á las montañas, que es todo su remedio á más no poder.
Los españoles que con él estábamos ya teníamos nueva del mal que nos venía y no sabíamos qué hacer ni dónde nos guardar,
y un domingo después de misa nos apartó el señor melena hasta los ojos, y ardiendo en cólera dijo cómo no podía esperar
y que se determinaba huir con todo su pueblo y ganados y familias; y que mirásemos lo que queríamos hacer para remediar
nuestras vidas. Yo le respondí que se sosegase un poco, que pronto le daríamos respuesta. Apárteme con los ocho españoles
que conmigo estaban, que eran buenos mozos, y díjeles que bien vian todos los trabajos pasados, el que nos venía y que
para no vernos en más era mejor acabar de una vez honradamente, y pues teníamos buena ocasión no habia que aguardar más
ni andar huyendo por montañas y bosques desnudos, descalzos y con tan grandes fríos como hacía.
Yo le respondí que se sosegase un poco, que pronto le daríamos respuesta. Apárteme con los ocho españoles que conmigo
estaban, que eran buenos mozos, y díjeles que bien vian todos los trabajos pasados, el que nos venía y que para no vernos
en más era mejor acabar de una vez honradamente, y pues teníamos buena ocasión no habia que aguardar más ni andar huyendo
por montañas y bosques desnudos, descalzos y con tan grandes fríos como hacía, y pues el salvaje sentía tanto desamparar
su castillo, alegremente nos metiésemos los nueve españoles que allí estábamos, en él, y le defendiésemos hasta morir,
lo cual podíamos hacer muy bien, aunque viniesen aqui dos tantos poder más del que venía, porque el castillo es
fortísimo y muy malo de ganar como no le bulan con artillería, porque está fundado en un lago de agua muy profundo que
tiene más de una legua de ancho por algunas partes, y de largo tres ó cuatro leguas, y tiene desaguadero á la mar, y
aunque se arreciente de aguas vivas no puede entrar en él, por lo cual no se puede ganar este castillo por agua ni por
la banda de tierra que está más cerca de él, tampoco se le puede hacer daño, porque una legua alrededor de la villa, que
es poblada en tierra firme, es pantano hasta los pechos, que áun la gente no puede venir á ella si no es por veredas,
pues bien considerado todo esto, nos determinamos decir al salvaje que le queríamos guardar el castillo y defenderle
hasta morir; que hiciese con mucha diligencia meter dentro bastimentos para seis meses y algunas armas, de lo cual se
alegró tanto el señor, y de ver nuestro ánimo, que no tardó mucho en proveerlo todo con la voluntad de los principales
de su villa, de que fueron contentos todos, y para asegurarse de que no le haríamos falsedad, nos hizo hacer juramento
de que no desampararíamos su castillo ni se daria al enemigo por ningún pacto ni conveniencia, aunque pereciésemos de
hambre, ni se abrirían las puertas para que entrase dentro ningún irlandés ni español ni otra persona, hasta que el
mismo señor tornase á él, como se cumpliría sin duda, y después de bien preparado lo necesario, nos metimos en el
castillo con los ornamentos y aderezos de la iglesia, y algunas reliquias que había, y metimos tres ó cuatro barcadas
de piedra dentro y seis mosquetes y otros seis arcabuces y otras armas, y abrazándonos el señor se retiró á la montaña,
donde ya era ida toda su gente, y luego pasó la palabra por toda la tierra como el castillo de MacClancy estaba puesto
en defensa y en no darse al enemigo, porque le guardaba un capitán español con otros españoles que dentro del estaban.
Cuellar y sus compañeros en la defensa del castillo del señor MacClancy
A toda la tierra pareció bien nuestro coraje y el enemigo se indignó mucho desto, y vino sobre el castillo con todo su
poder, que eran cerca de mil y ochocientos hombres, y hizo alto á milla y media del sin poderse acercar más por el agua
que había de por medio, y desde allí ponía algunos miedos y ahorcó dos españoles y hacía otros daños para ponernos temor.
Pidiónos muchas veces por un trompeta que le dejásemos el castillo y que nos haría merced de la vida y daria paso para
España. Dijímosle que se llegase á la torre, que no le entendíanlos, mostrando siempre hacer poco caso de sus amenazas
y palabras. Diez y siete dias nos tuvo sitiados: nuestro señor fué servido ayudarnos y librarnos de aquel enemigo con
malos temporales y grandes nieves que sobrevinieron de tal suerte, que le fué forzoso levantarse con su gente y caminar
la vuelta de Dublin, donde tenía su asiento y presidios, y desde allí nos envió amenazar que nos guardásemos de sus manos
y no venir á su poder, y que él daria la vuelta en buen tiempo por aquella tierra. Respondímosle muy á nuestro gusto,
y de nuestro castellano, el cual luego que tuvo nueva que el inglés era retirado, se volvió á su villa y castillo y se
aquietó y sosegó por entonces haciéndonos mucho regalo; nos confirmó muy de veras por muy leales amigos, ofreciéndonos
cuanto era suyo para que nos sirviésemos dello, y los principales de las tierras ni más ni menos: á mí daba una hermana
suya para que me casase con ella: yo se lo agradecí mucho y me contentaba con una guía para que me guiase á parte donde
yo encontrase embarcación para Escocia. No me quería dar licencia á mí ni á ningún español de los que allí estábamos
con él, diciendo no estaban seguros los caminos, y todo su fin era detenernos para que estuviéramos á su guardia: no me
pareció á mí bien tanta amistad, y así me determiné secretamente con cuatro de los soldados que estaban en mi compañía
de irnos una mañana dos horas antes que amaneciese, porque no nos saliesen al camino, y también porque un dia ántes me
habia dicho un muchacho de MacClancy que su padre había dicho no me habia de dejar ir de su castillo hasta que el Rey
de España enviase á aquella tierra soldados; y que me quería hacer poner en prisión porque no me fuese, y con esta
nueva me atavié lo mejor que pude y tomé el camino con los cuatro soldados una mañana, diez dias después de Navidad,
el año de 88.